
Hoy es jornada de puertas cerradas.
Hoy cierro la puerta a los eternamente ausentes, a esos que no han estado cuando he necesitado un abrazo, una oreja, una palmadita en la espalda, un pañuelito sobre el que echar unas lágrimas, un amigo verdadero; cierro para esos que últimamente no me entregan más que restos y sobras de su tiempo y de sus vidas, esos que siempre tienen tanta prisa…
Hoy cierro la puerta a los amores mezquinos, al te quiero mucho, pero nunca estoy para ti, a los “te adoro” pero nunca nos vemos y jamás te llamo…
Hoy cierro la puerta a ese esperar algo más de quien nunca tuvo intención de darme, y a mis ganas de dar a quien nunca quiso recibir de mí, y también a los que quisieron recibir demasiado.
Hoy cierro la puerta a la abnegación sin límite, a la entrega sin medida, a la falacia de no esperar nada a cambio. Hoy quiero que se me devuelva parte de lo que he entregado. Hoy cierro la puerta a los morosos y a los deudores, a los que solo toman de una y después, nada.
Hoy cierro la puerta a los que no escuchan, a los que solo miran el mundo a través de su ombligo, a los que solo oyen a través del eco de sus propias voces. Cierro también con dos vueltas de cerrojo a los avaros en palabras, que callan cuando sus voces son lo único que me calma y acompaña.
Hoy cierro la puerta a mi propia estupidez por no pedir cuando debo, por no reclamar ni nunca cobrar afectos, cierro a los “no importa” cuando sí que importa, al eterno esperar cuando lo necesito ya, al eterno posponerme, a no hacerme justicia, al no exigir nunca, al culparme cuando me enfado con razón o sin ella.
Hoy os cierro la puerta a los ingratos y le doy la llave a los que sí están, que son pocos pero bien presentes, y les digo GRACIAS, porque ahora me han hecho falta y los he encontrado.
Gracias Almu, Guille, Claudio, Papá, Mamá, sin vosotros esta cuesta arriba sería mucho más pesada…